Eran los primeros meses de 1998 cuando una carta a mi nombre llegó a la redacción del Diario Olé. Claro, todavía eran épocas más de correo real que virtual… Un lector de USA avisaba que había un argentino que la rompía en el fútbol americano, puntualmente en el ámbito amateur, la NCAA, jugando para la Universidad de Kansas State, pero contaba además que tenía un futuro inminente en la famosa NFL. El sobre papel madera adjuntaba recortes de diarios y refería que se trataba de un pateador que no sólo tenía un gran talento para esa función específica, sino que además usaba la N° 10 en honor a Diego Maradona y festejaba cada gol de campo como él, saltando y gritando, algo atípico en aquel país. Rápidamente hubo que averiguar más en una incipiente Internet y saltaron más artículos que hablaban de este argentino-sensación de 22 años que venía de ganar el premio Lou Groza al mejor pateador colegial en 1997.
Casi inmediatamente llegó la primera comunicación, primero con sus padres, el veterinario Guillermo y su esposa Laura, quienes se habían afincado en un campo en La Belle, Florida, luego de deambular por San Isidro, Chaco y Olavarría antes de decidir mudarse a USA, en 1984. Cuando se dio la charla con Martín, ya no quedaron dudas: la historia era apasionante, aunque claro, en un país tan futbolero como el nuestro, su caso generaba escepticismo sobre la aceptación de la gente y hasta burlas en la redacción. Así comenzó un seguimiento que se potenció cuando, en diciembre de aquel 1998, Martín logró un récord nacional con el gol de campo sin tee -o apoyo- más largo de la historia (65 yardas, 59.5 metros) y meses después, cuando sorprendentemente fue elegido en la tercera ronda del draft de 1999. Una posición muy alta para un kicker. Ni hablar cuando Automática, apodo que se ganó por su eficacia y por lo bien que rimaba con el apellido, comenzó a brillar en la NFL y luego, en febrero de 2003, cuando tocó el cielo con las manos ganando el Superbowl con Tampa Bay Bucaneers, siendo todavía el único argentino en la historia en imponerse en la superfinal del deporte más popular de USA que, este domingo, tendrá la 57° edición, enfrentando a Philadelphia Eagles y Kansas City Chiefs.
Jugar al fútbol americano no estaba ni en los planes más remotos de Martín cuando sus padres se mudaron cerca de Fort Myers. Era delantero-goleador y todavía soñaba con jugar al fútbol. Si podía ser en Boca, el club de sus amores, mucho mejor. Pero pocos años después entendió que eso sería imposible. Lo intentó igualmente, cuando se sumó al secundario en La Belle, hasta que un coach de fútbol americano vio que en su pierna derecha tenía un cañón. “Me vio patear en un entrenamiento de fútbol -su soccer- y me preguntó si quería hacer una prueba para ser kicker del equipo de football”, rememora Martín.
El entrenador quedó impactado porque, sin entrenamiento y con una técnica totalmente distinta, Martín mostraba una gran facilidad para anotar goles de campo, incluso lejanos. Una práctica que, meses después, comenzaría a especializar en el campo de su padre, quien le armó una hache -arco de football- casera donde Martín aprendió a patear “entre la bosta de las vacas”, como precisa Guillermo entre risas. “Ahí fue cuando decidí darle una chance al deporte, básicamente porque sabía que tenía muchas más chances de conseguir una beca en una universidad, aunque siempre creyendo que seguiría intentando jugar a nuestro fútbol”, recuerda. Nunca pasó. Lo del fútbol, claro. Lo otro superó sus expectativas. Y las de todos.
Tan bueno y veloz fue su crecimiento que, en su primer año y último del secundario, con apenas meses de experiencia, metió 8 de 10 goles de campo, incluyendo uno de 52 yardas, y logrando que 38 de sus 49 patadas de inicio no permitieran siquiera devoluciones (touchbacks). Esos números despertaron el interés de Kansas State, que le ofreció una beca para ser su pateador. Nada cambió en la NCAA. Al revés, el pibe se potenció. Durante sus cuatro temporadas, anotó 54 de 70 goles de campo (77%) y 187 de 192 intentos de puntos después del touchdown (como la conversión del rugby), obteniendo un récord escolar de 349 puntos en cuatro temporadas. Estableció la marca top de una temporada con 135 puntos y lo dicho, el gol de campo más largo sin apoyo (65 yardas). Logros que le valieron el apodo de Automática porque cada vez que intentaba a los palos, se daba por sentado que iba adentro. En especial aquella temporada casi perfecta del 97, cuando metió 19 de 20 goles de campo y 37-38 extra puntos.
Fue todo emoción en la familia cuando Gramática fue elegido en el draft, más aún por ser seleccionado por los Bucs, a 240 kilómetros de su casa. Martín nunca decepcionó. En su temporada de novato llegó al 84.4% de goles de campo (27-32) y a un 100% en puntos extra. Repitió con un 82.4% en la segunda y así se ganó un lugar en el Pro Bowl del 2001. De repente, allá y acá era una personalidad del deporte. Todos hablaban de él. Allá sorprendió su talento y alocada forma de festejar. No eran tiempos de videos virales pero sí sorprendía al ver a un petiso (1m73) entre gigantes gritando, saltando, tirando puñetazos al aire y subiéndose arriba de compañeros que parecían mastodontes. Acá sorprendía que un argentino fuera famoso allá, sólo entrando a patear por escasos segundos. “En campo estoy, en total, un puñado de minutos. Entro, pateo y salgo. Eso sí, debo hacerlo con precisión y rapidez. En los goles de campo tengo tres centésimas entre que un compañero la tira hacia atrás, otro la agarra-acomoda y yo le doy a los palos. De lo contrario, la muralla que forman los rivales y corre hacia vos puede tapar el disparo”, explica Martín.
Gramática mantuvo su alto nivel en 2001 (79.3% de goles de campo y 100% en extra puntos) y 2002 (82.1% y 100%), logrando firmar una millonaria extensión de contrato. Los 14.5 millones lo convirtieron en el cuarto argentino mejor pago de aquel año, detrás de Hernán Crespo, Gabriel Batistuta y Juan Sebastián Verón, curiosamente uno de sus mejores amigos en la actualidad que lo ha hecho equiparar la pasión de Boca con la de Estudiantes (LP). En aquella temporada ocupó el quinto puesto en puntos anotados, el primero en goles de campo y el décimo con mejor porcentaje en esos field goals. Temporada que el sanisidrense coronó ganando nada menos que el Superbowl, ante Oakland Raiders por 48-21. Martín anotó nada menos que 12 puntos, producto de dos goles de campo (como penales del rugby, valen tres puntos) y tres extra puntos (valen un punto y se patean tras los touchdowns). Cuando terminó el juego, en la nota de los festejos, impactó a todos en la transmisión en castellano al gritar “esto es para todos los hijos de puta que no confiaban en nosotros”. Un resumen claro de que, pese a jugar un deporte bien yanqui y vivir desde hacía casi 20 años en Estados Unidos, seguía siendo bien argento. Un espíritu y una pasión que se han mantenido inalterable desde aquel 2003.
Aquella fue su última gran temporada. Una rebelde pubalgia comenzó tras aquella final y, por una mala operación, tuvo que jugar con dolor y bajó su eficacia al 65% en goles de campo. Una tendencia que siguió en el 2004, lo que hizo que fuera dado de baja por los Bucs. Firmó con Indianápolis Colts pero ni siquiera una nueva operación pudo mejorar su situación física y se perdió todo el 2005. En 2006 fichó primero con New England Patriots y después con Dallas Cowboys. Pero en ninguno pudo mantenerse. Su carrera en la NFL la cerró en 2007 con un breve paso por Saints de New Orleans. Eso sí, no fue el único Gramática en la NFL. Su hermano Guillermo, el del medio, hizo una muy buena carrera universitaria y fue elegido en la cuarta ronda del draft 2001. La fama de Martín y el potencial de Guillo hizo que fuera el kicker titular de Arizona Cardinals durante las primeras dos campañas hasta que una lesión grave de ligamentos, festejando un gol de campo, fue el comienzo del fin. En total, jugó 34 partidos. Santiago, el menor, también lo intentó pero no llegó a ser el tercer hermano en llegar al profesionalismo del deporte más popular.
Martín Gramática con sus hijos y su fanatismo por Boca
Hoy, 20 años después de aquella conquista del Superbowl, Martín sigue siendo tan nuestro como en aquella época. En el diálogo con Infobae no hay ni una palabra que permita pensar que el interlocutor vive hace 40 años en USA. Pero no es sólo él. En su casa, que comparte con su esposa Ashlee y tres hijos, Nico (16 años), Gastón (15) y Emme (11), se habla nuestro idioma, se toma mate, se come asado y, claro, se practica nuestro fútbol. El mayor jugó siempre al soccer hasta que ese año se volcó al football, como kicker, igual que el padre, y ya está bien alto rankeado en el país buscando conseguir una beca universitaria. El del medio juega en varias posiciones del football y la nena impacta con su habilidad con la N° 5. Por los videos que sube el padre promete tener un futuro promisorio aprovechando el auge que existe allá desde hace décadas con el fútbol femenino.
Todo como lo transmitió el padre. “En casa se habla castellano y ellos, a todo el mundo, les dicen que son argentinos. Aunque creo que más por Messi que por mí”, aclara, entre risas, quien no ha dejado de evangelizar con nuestra idiosincrasia. “Nuestra patria es donde nacemos, no importa donde vivamos. Nuestra casa es nuestra mini Argentina. Y siempre será así. Si juega Argentina ante Estados Unidos, hasta mi mujer quiere que gane Argentina. Ni hablar lo que fue el Mundial. Fue una locura absoluta lo que vivimos. Y lo que disfrutamos”, comenta quien cambió de país pero nunca de pasión.
El fútbol es un cordón umbilical que nunca se cortó y hoy en día traspasa a toda la familia. Actualmente, además de comandar la empresa de construcción de casas prefabricadas que tiene con sus hermanos, él alterna el tiempo con la conducción técnica de un equipo de fútbol infantil y con tareas de comentarista -radio, en castellano e inglés- de los partidos de los Bucs, donde siempre lo tienen presente por ser uno de los pocos campeones de la historia. Martín sigue el fútbol americano, pero nunca llegó a ser la pasión que siente por nuestro futbol. “Cuando llegamos no sabía ni las reglas e incluso me costó años aprender el juego. Te diría que no terminé de conocerlo a la perfección porque no tenía la necesidad al entrar solo a patear y, además, porque siempre me interesó más nuestro fútbol. Si se superponía un partido de Boca y uno importante de la NFL, incluso un Superbowl, ni lo pensaba”, admite sin ponerse colorado.
Este domingo se viene una nueva edición de un evento que es mucho más que un partido, un verdadero show que tiene muchísimo de negocio, más allá de coronar a un equipo. “Para el jugador es muy difícil no solo por la presión del partido, sino porque el famoso show dura mucho. Vos calentás habitualmente 15 minutos, pero en este caso el parate es de media hora. Y en el entretiempo lo mismo. Entonces tenés mucho tiempo para pensar y enfriarte. No es nada fácil. Para el jugador es raro porque para la TV es más el show que el partido, pero hay que intentar estar metido porque el premio es grande”, explica, dando un ejemplo de la importancia que genera ganarlo. “Es casi como ganar un Mundial. Son muy pocos los jugadores que llegan y ganan. Un ejemplo es Dan Marino, el histórico mariscal de campo de Miami Dolphins que es uno de los mejores jugadores. Está en el Salón de la Fama, pero nunca ganó un Superbowl y es una espina. Ganarlo te pone en otro lugar y te abre muchísimas puertas. Acá todo el mundo te reconoce. Y eso te da oportunidades, como yo tuve y pude aprovechar”, reconoce.
Lo dice Martín Gramática, un futbolero que soñó con meter goles en la Bombonera pero entendió que su futuro estaba metiendo otro goles, de campo y extra puntos, en Estados Unidos. Así tocó el cielo con las manos y forjó su futuro. Hoy, en familia, disfruta de una pequeña Argentina en su casa y espera que sus hijos puedan hacer su futuro con la ovalada, pero siempre teniendo al lado la N° 5 y el espíritu de cada argentino.
Fuente: Infobae